DE LA INCONFORMIDAD A LA REPUGNANCIA. El capítulo más absurdo de nuestra democracia explicado a través de la parábola del ascensor.
DE
LA INCONFORMIDAD A LA REPUGNANCIA.
Por
pura casualidad llegó a mis manos un texto de Saramago titulado Las
intermitencias de la muerte. Trata de una nación en la que la muerte entra a
huelga, en donde ya nadie muere, donde la sociedad se divide entre la esperanza
de vivir siempre y el temor de no morir nunca y en donde cada quien define qué
sentido le da a la muerte, a su muerte. Se lee en uno de sus diálogos: lo
habitual es morir, y morir es solo alarmante cuando las muertes se
multiplican, una guerra, una epidemia, por ejemplo. Es decir, cuando se salen
de la rutina”. En Colombia la multiplicación de las muertes ya no se sale de la
rutina y hasta la decisión acerca de cómo se desea vivir o se desea morir,
polariza; la decisión más personal, íntima, infranqueable, inviolable,
representada en la forma de vivir o la manera de concebir la muerte, divide a
esta sociedad. En lugar de concertar responsabilidades nos dedicamos a imponer
concepciones. Termina una de las cuarentenas más largas del mundo y por decreto
se da inicio a una “nueva normalidad”. Antes de iniciar una
"nueva normalidad" no se puede hacer un punto y aparte sin expresar
la mayor repugnancia frente a lo advertido en estos cinco meses.
Fue
un período en el que se defendió un sentido de la vida definido únicamente por
epidemiólogos, médicos, medios de comunicación y burócratas, y en nombre de él
se eliminó de raíz el más importante de los significados: el de la vida
digna. Se olvidó el cuidado de la salud mental en un país donde el
80% de los colombianos tiene alguna afectación psicológica. No importaron los
suicidios generados por la depresión o el estrés. En Medellín, a los dos meses
de iniciada la cuarentena, se reportaban más suicidios que muertos por C-19, y
no pasó nada. Se anularon las mínimas libertades individuales, se trató a la
persona como inimputable en nombre de la salubridad o de un etéreo interés
general. Era claro que el problema no era el aparente conflicto entre la vida y
la economía, nunca se quiso ver la real tensión entre la vida y la vida digna.
Ya es tarde para entenderlo. El CV-19 no afectó la salud o la
vida. Redujo a las más precarias condiciones la existencia del ser
humano. Se negó su naturaleza política y social, el sentido de vida digna y la
libertad individual. La decisión libre de dar un abrazo se convirtió en objeto
de la más cruel censura. Cinco meses de negación de la humanidad para
finalmente exigir el autocuidado. La cuarentena más larga del mundo para
concluir algo que era evidente e inevitable.
La
repugnancia representa el más alto grado de inconformidad con decisiones
absurdas que diluyen cualquier presunción de buena fe. Algunas ya las
advertimos en un escrito llamado: Derecho, Falacias y Pandemia (http://estradavelez.blogspot.com/2020/08/derecho-falacias-y-pandemia.html),
en el que concluimos que el peligro mayor no está en el virus sino en lo que él
desnudó, la incoherencia, la incapacidad de servidores públicos de ver más allá
de sus escritorios, la indiferencia, nuestra sumisión. El rechazo se puede
explicar con un simple ejemplo que llamaré el caso del ascensor. Si en estos
cinco meses usted ha tenido que abordar un ascensor, habrá encontrado gel
antibacterial, al interior están demarcadas tres huellas que indican el lugar
que debe ocupar, pero un ascensor nunca garantizará el distanciamiento físico.
Usted desea ir a un piso superior, encuentra que hay tres personas al interior,
lo primero que usted hace es elegir si ingresa, espera otro ascensor o usa las
escaleras. Si decide abordarlo, pide permiso a los viajeros que previamente
ejercieron el derecho a ocupar uno de esos lugares. Generalmente aceptan su
solicitud de viajar. Todos saben que no hay distanciamiento. Nadie habla,
aguantan el estornudo o la tos producida por lo que venían comiendo. No hay
distanciamiento, hay aglomeración pero cada persona y cada conjunto de personas
deciden y conciertan cómo actuar. Al fin, todos asintieron
tácitamente el riesgo de viajar a cambio de llegar tranquila y prontamente a su
destino. Ahora viajaran más tranquilos porque hay estudios que indican que el
riesgo es menor al pensado (https://www.facebook.com/MinSaludCol/videos/1684109798421345/?sfnsn=scwspwa&extid=tQLtVW71FxGKHuI6&d=w&vh=e.). Si
vamos a ser coherentes y estrictos, de acuerdo a la definición de
aglomeración establecida en la Resolución 1003 de junio 19 de 2020 (toda
concurrencia de personas en espacios cerrados y abiertos en los cuales no se
pueda guardar el distanciamiento físico de dos (2) metros, como mínimo, entre
persona y persona. También se considera que existe aglomeración cuando
la disposición arquitectónica del espacio y la distribución de muebles y
enseres dificulten (sic) o impide dicha (sic) distanciamiento), ningún ascensor
debería operar.
En
síntesis, todo se resume en libertad con responsabilidad. Con ayuda del ejemplo
citado, es fácil explicar por qué surge la repugnancia. El Estado (no hablemos
de gobierno para no politizar esta reflexión) es el operador del
ascensor, él decide sobre mi deseo o necesidad de llegar a un destino, resuelve
que no puedo viajar, no explica adecuadamente las razones, tampoco me permite
subir por las escalas y si logro persuadirlo que debo viajar, será al piso que
él elija y a la hora que ordene, lo más grave, opera un medio de transporte que
bien sabe no debería poner en funcionamiento, si desea ser coherente. Todo lo
contrario a la conclusión anterior: negación absoluta de la libertad y de la
posibilidad de concertación.
Esta
situación solo la entendieron las personas mayores de 70 años que asumieron una
clara defensa de sus derechos a través de la llamada rebelión de las canas,
ejemplo que nadie se atrevió a emular. ¡Que lo aprendido en estos cinco meses
nos sirva para cuando llegue un rebrote! Si durante más de cinco meses nos
prepararon para el pico de la pandemia con cuarentenas estrictas, ¿por qué en
época en la que se aproxima ese pico epidemiológico se reapertura la economía
condicionado al autocuidado? ¿No era posible precaver esta medida hace dos
meses? ¿Cree usted que la apertura de la economía es resultado del éxito de las
políticas de control de la propagación de la pandemia? ¿Cree usted
en los servidores públicos que celebran el supuesto éxito en el control de la
pandemia? ¿Cree en un Estado que se muestra fuerte y poderoso al momento de
restringir las libertades y tímido e ineficiente al momento de defender la vida
digna? ¿Cree usted que se contó con toda la información necesaria
para evaluar la relación entre los costos y los beneficios? ¿Si desde hace
meses se sabe de la eficacia y necesidad de las medidas de autocuidado como el
uso del tapabocas, el lavado de manos, el distanciamiento físico (no social)
qué hay de nuevo ahora?
Más
repugnancia surge cuando se lee en el Decreto 1168 de 25 de agosto por el cual
se ordena el “aislamiento selectivo con distanciamiento individual responsable”,
que la media más efectiva y menos disruptiva para reducir la
transmisión del virus es al aislamiento selectivo; cuando se ordena la
implementación de protocolos que tienen por marco la Resolución 666 de abril
24, esto es, que pudieron ser elaborados y aprobados desde hace cuatro meses,
cuando se observan medias incoherentes o absurdas. Quienes por diversas razones
hemos realizado un estudio a los protocolos, sabemos que todos coinciden en
medidas elementales que se complementan con otras resultantes de un mínimo
sentido común: distanciamiento, lavado de manos, uso adecuado del barbijo,
etc., pero la demora en su aprobación ha representado un daño igual o mayor al
generado por el virus. Definitivamente se puede afirmar que más daño ha hecho
la burocracia que el mismo virus. Por éstas y muchas más razones, se puede
sostener que tan grave es la pandemia para la salud como la burocracia para la
democracia.
Hasta
que no exista la vacuna, nos veremos abocados a la improvisación, a las medidas
incoherentes o absurdas, a las más claras infracciones del orden institucional
y de las libertades individuales. Esto solo se podrá evitar exigiendo mayor y
mejor información, ejerciendo los mecanismos de control constitucional y con
una ciudadanía atenta a seguir el ejemplo de quienes adelantaron con dignidad y
jovialidad, la defensa de su derecho a la vida digna.
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