DELTA, ÓMICRON, DEMICRON, MEGATRON, ETC.,ETC.,ETC. Nuevamente, algunas reflexiones acerca del capítulo más absurdo de nuestra democracia.
Ser profesor es una de las labores
más complejas. Si se es de derecho, concretamente de derecho constitucional, en
un país como Colombia y en medio de una pandemia, termina siendo, sin duda, una
misión más ardua. Firmes a nuestra labor pedagógica, nos asiste la
responsabilidad de velar por el equilibrio entre las mayorías y las minorías, debemos
huir a los sesgos y presentarnos con la objetividad que sirve de base a la credibilidad
que reclama nuestra sociedad. Más espinosa resulta esta labor, en un contexto
en el que la radicalización, la polarización o el dogmatismo, parecieran ser la
base de todo conocimiento.
Cada vez es más difícil hablar
del coronavirus. El pánico aumenta y todo argumento, así esté soportado en la necesidad
de defender un derecho fundamental frente a una afectación desproporcionada o
de cumplir con la promesa de ser solidarios realizada a inicios de pandemia,
sucumbe ante la urgencia de proteger un etéreo o difuso interés general o bien
común. Las incoherencias son cada vez más evidentes, pero no son advertidas por
la sencilla razón de que el miedo se ha sobrepuesto a la razón.
En agosto del año 2020, hace 17
meses, advertíamos en un escrito titulado “De la inconformidad a la repugnancia.
El capítulo más absurdo de nuestra democracia contado a través de la parábola
del ascensor https://estradavelez.blogspot.com/2020/08/de-la-inconformidad-la-repugnancia-el.html) lo siguiente: “el peligro mayor no está en el
virus, sino en lo que él desnudó: la incoherencia, la incapacidad de servidores
públicos de ver más allá de sus escritorios, la indiferencia y nuestra sumisión”.
Las ideas allí expresadas se confirman ahora, cuando escuchamos de parte de un gran
número de ciudadanos, una voz que no ha querido ser atendida: expresan que ha
sido peor el remedio que la enfermedad.
A través de comunicaciones, hemos
conocido situaciones graves que afectan la vida digna, tales como la
prohibición de acceder a los supermercados, de ingresar a oficinas de entidades
financieras, de ejercer el derecho al trabajo o el derecho fundamental de acceso
a la función pública, de usar el transporte aéreo, de ingresar a hospitales,
entre otras.. Ahora se contempla en Colombia la posibilidad de restringir el
derecho fundamental al voto a quienes no se han querido vacunar. Esa ha sido
siempre nuestra principal preocupación: que la lucha en contra de un virus, en
la que todos debemos sumar esfuerzos, represente la generación de un mal mayor.
Vemos como las medidas se soportan
en argumentos científicos, concretamente de médicos o epidemiólogos que mucho
saben del deber de protección de la vida biológica, pero poco o nada del deber
de protección de la vida digna. Y sobre ella, tal como ocurre con el derecho a
morir dignamente, nadie puede interferir salvo que con su ejercicio se afecten
los derechos de los demás. Esos mismos profesionales, a quienes debemos
agradecer su sacrificio, han dejado de lado mucha información que ya nadie
cuestiona: a. Estamos en una fase experimental de un suero aprobado para uso de
emergencia, esto es, aún no es vacuna; b. El suero ha generado en algunos casos
consecuencias graves para la salud y la vida de los inoculados; c. Hay personas
que por sus preexistencias o comorbilidades, no pueden ser inoculados; d.
Finalmente, cada persona tiene derecho a confiar en los resultados de la
inoculación como a desconfiar en los mismos. Lo anterior, no puede representar
la negación de los beneficios del biológico, sólo es un llamado a analizar con
mayor detenimiento cada situación.
Ahora, es claro que tanto puede
afectar el interés público la persona vacunada como la no vacunada. La
diferencia puede estar en que el vacunado reduce el riesgo de muerte, pero éste
riesgo no solo es bien conocido, sino que es asumido por el que no desea
vacunarse. Lo hace en nombre de sus libertades y de su vida digna, decisión frente
a la que nadie se puede oponer, salvo, se insiste, que con ella se afecten los derechos
de los demás. Pero debe quedar claro que una cosa es no socializar con alguien
que no está vacunado porque puede generar algún riesgo y otra distinta es
discriminarlo e impedir el ejercicio de sus derechos fundamentales a pesar que puede
generar el mismo riesgo de que puede ocasionar el vacunado. Si la preocupación
es por la ocupación de las unidades de cuidados intensivos, ¿qué puede ocurrir
si quien decide no vacunarse también renuncia al eventual uso de una UCI?
El mismo presidente de TODOS los
colombianos califica como un acto de imbecilidad a quienes no se desean vacunar.
No hay nada más antidemocrático que señalar de imbécil las razones de los demás
o nada más imprudente que descalificar las razones del otro, sin conocer su
realidad. Tácitamente se está afirmando que “mi razón es mejor o, por lo menos,
menos imbécil, que la razón del otro”. Pareciera que solo hay pro-vacunas y
anti-vacunas. La experiencia obtenida a través de un sinnúmero de consultas acerca
del ejercicio del derecho a la objeción de conciencia, me permite advertir que,
además de esas dos posibilidades, hay personas con razones que deberían ser
consideradas al momento de determinar la obligatoriedad de la inoculación. No
se oponen a la vacuna sino a su obligatoriedad.
Esas afirmaciones, que alimentan
la división y la polarización, son graves para una democracia cuyo éxito
depende de la capacidad para defender el pluralismo y respetar la diferencia o la posibilidad de diferenciar un argumento conspiranoide que pone en peligro a los
demás a un argumento que se soporta en el ejercicio responsable del derecho de defensa
de las más firmes convicciones o de los más importantes derechos fundamentales.
Esto es grave, pero no tanto como
el silencio que la academia guarda frente a esas afirmaciones o el de las personas
que se vacunaron la primera vez, pero ya no quieren hacerlo dos veces, o el de
quienes se vacunaron porque se sintieron obligados bajo la amenaza de la
pérdida del empleo o el de quienes han sido vacunados y no obstante terminaron
contagiados. ¿Miedo a salirse de una mayoría que se encuentra encandilada por
el miedo?
Los docentes, más los de derecho
constitucional, no estamos llamados a defender a las mayorías ni a justificar
el carácter absoluto de los derechos fundamentales. Debemos, sin ánimo de tener
dominio sobre la verdad, tratar de proponer, con rigor crítico y precisión casi
quirúrgica, algunos equilibrios entre el interés general y el particular o, por
lo menos, advertir algunas de tantas incoherencias que se han presentado. El
tapabocas se consideraba la medida más eficaz, ahora no. Antes era seguro volar,
ahora no; se busca la protección del derecho fundamental al trabajo, pero los
que no se quieren vacunar no pueden trabajar. No se podían hacer en diciembre
eventos masivos en poblaciones con ocupación del más del 80% de Unidades de
Cuidados Intensivos, pero se realizaron fiestas patronales en municipios que no
cuentan con esas unidades. Se cancelaron los carnavales de Barranquilla, pero
se va a realizar un partido de fútbol de la selección. No sabemos realmente qué
es lo que estamos protegiendo.
Los medios de comunicación es más
lo que desinforman que lo que informan. Comparto una anécdota: Una periodista
de un medio de comunicación me contactó para hacerme una entrevista en relación
a estos temas. Le solicité que habláramos en unos minutos. Estaba ocupado y deseaba
compartirle importante información. Le adelanté mi punto de vista en dos
minutos. No me volvió a llamar. Mi sorpresa fue ver mi opinión en un reportaje
claramente sesgado, atribuyéndome expresiones que nunca formulé y bajo un
titular con el cual nunca hubiera autorizado la publicación de mi “entrevista”:
“Los antivacunas reclaman sus derechos, pero no reconocen los de los demás”.
Hemos retrocedido diez años en
los niveles de desarrollo, pero sin duda muchas décadas más en el proceso de
consolidación de nuestra democracia. El Congreso no controla, los jueces no han
protegido los derechos fundamentales y la ciudadanía que piensa distinto, se
siente cada vez más desprotegida. Me he preguntado cuál sería la posición de
los jueces frente a una hipotética decisión del órgano ejecutivo (Presidente de
la República) de obligar, so pena de terminar el vinculo laboral, a todo
servidor público, incluidos ellos, a vacunarse.
Ser diferente, pensar diferente o
defender los propios derechos fundamentales, se considera un atentado contra el
interés general. Pareciera que todos debemos pensar igual y la sola diferencia
se considera una ofensa contra el interés común, la salubridad pública o la
seguridad ciudadana. No se ha advertido que uno de los principales daños que ha
ocasionado el virus es el debilitamiento de la democracia. Esta es nuestra
labor, la labor de todos, impedirlo.
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