LOS MUERTOS INVISIBLES, EL DERECHO A MORIR DIGNAMENTE Y LA EVENTUAL MUERTE DE LA DEMOCRACIA. TRES MUERTES Y UNA ESPERANZA.


LOS MUERTOS INVISIBLES, EL DERECHO A MORIR DIGNAMENTE Y LA EVENTUAL MUERTE DE LA DEMOCRACIA. TRES MUERTES Y UNA ESPERANZA.

Termina un fin de semana con voces que alientan a escribir sobre estas tres muertes. No puede ser casual que en un día varias personas me expresaran su angustia por el creciente número de suicidios. Llamo muertes invisibles a aquellas causadas por razones indirectamente relacionadas con el C-19: la desesperanza generada por la pérdida de empleo, la imposibilidad de procurar por lo necesario para la familia, la indiferencia del sistema financiero, la hiper información negativa, la pérdida en dos meses del esfuerzo de toda la vida y otras tantas circunstancias. Estas generan fallecimientos que pueden ser más lamentables que los primeros por la sencilla razón de que son resultado de la negligencia o, como mínimo, del incumplimiento a los deberes a cargo de quienes regentan la función administrativa. De estas muertes no se habla. Pareciera que por un asunto de moda, fueran más importantes las víctimas del C-19 que las generadas por un estado de depresión. Lo que no mata el virus lo mata la desesperanza.Sin duda, el número de muertes puede ser mayor.

 

Es claro que desde hace más de dos meses convivimos con un dilema totalmente errado: se protege la vida o la economía. Se acordó, tácitamente y sin derecho al “voto en blanco” o a la objeción de conciencia, que debíamos proteger la vida a como diera lugar. Ante lo inevitable (la propagación incontenible del virus) e indefectible (todos en algún momento lo tendremos), se optó por la reactivación económica con énfasis en el autocuidado. No significa lo anterior que el dilema se resolvió a favor de la economía, de ninguna manera, solo se aclaró: o protegemos la vida frente al C-19 o protegemos la vida frente a las consecuencias derivadas de la crisis económica. Quedó en claro que tan importante es la salud física como la salud mental y tan valiosa es la vida en su sentido biológico como la vida digna o con dignidad. No se puede esperar que la resiliencia, la actitud, la verraquera o el sentido de la vida que Viktor Frankl nos invita a buscar, sean la tabla de salvación de todos. Nadie habla de esos muertos invisibles,

 

Tampoco nadie comenta sobre el derecho a la muerte digna y los límites que debe tener el Estado en la esfera de lo individual de las personas mayores de setenta años, concretamente, en su imposibilidad de invadir o limitar el derecho de la persona a decidir sobre su propia existencia. NUNCA HABÍA PRESENCIADO LA INFRACCIÓN MASIVA Y CONSTANTE DE TANTOS DERECHOS FUNDAMENTALES. Es el Estado quien está decidiendo por cada uno de nosotros, en especial por cada una de aquellas personas que tienen una experiencia de 70 años (he aquí una gran paradoja: si vas a trabajar te exigen experiencia, pero si tienes demasiada, te desechan). ¿Si para una persona es más dañino el encierro que el riesgo de contraer el virus, puede el Estado decidir por ella? En otros términos, ¿si a esa persona le parece que es mejor vivir dignamente, si su “último deseo” es sentir más rayos de sol que los que puede recibir en 90 minutos a la semana (lo que dura un partido de fútbol), asumiendo el riesgo de contraer ese virus, renunciando a ser atendido en una UCI, puede el Estado interponerse en el ejercicio de ese derecho? ¿Puede, en síntesis, la sociedad o el Estado o el Gobierno, interferir en la manera en que una persona decide vivir (o morir) siempre que ello no afecte a los demás?

 

La última muerte, la de la democracia, es un vaticinio con rasgos de diagnóstico. Las absurdas decisiones del Gobierno hablan por sí solas: las restricciones al legislativo para sesionar presencialmente porque generaría una aglomeración superior a 50 personas, las tímidas decisiones en materia de arrendamientos de vivienda y locales comerciales, la posición genuflexa frente al sistema financiero, la burla representada en una medida de excarcelación provisional no solo ineficiente sino claramente atentatoria del derecho fundamental a la igualdad, la intimidación a los mandatarios locales de imponer sanciones si no acatan las órdenes del orden central, afectando los principios de coordinación, concurrencia y subsidiariedad, entre otros ejemplos, exigen, en medio de una aparente solidaridad, de una función jurisdiccional que opera a media máquina y de un legislativo que ejerce un débil control político, el fortalecimiento del control social. Ésta es la esperanza. Quizá hablar de la muerte y el temor a la misma, nos permita reaccionar.


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