La academia en la que creo
Imperdible oportunidad la que nos ofrece el
actual escenario político para poner nuevamente en actividad nuestro blog Justicia, Política y Derecho en Colombia,
espacio creado para expresar de manera independiente un punto de vista distinto
frente a algunos temas de interés nacional y, en lo posible, aportar, desde la
Teoría del derecho, el derecho constitucional, la principialística y otras
áreas, algunos elementos que ayuden a la comprensión de la realidad colombiana,
sin mayores pretensiones intelectuales y sin desear usurpar los dominios de la
verdad.
Poseedor de un espíritu liberal, no empeñaré mi
libertad de expresión a favor de algún interés partidista que comprometa la
autonomía e independencia de un pensamiento académico al servicio de los más
altos fines constitucionales y sociales. Menos tratar de alcanzar aquello que
un amplio sector de la academia mal ha llamado “rigor científico”, el que ha
promovido una sustitución de los espacios para la reflexión jurídico-social a
cambio de la formalización de los mismos, mediante un culto al excesivo
protocolo citacional (tu me citas, yo te cito), y por hacer depender la
pertinencia de un escrito a la estratificación de la revista en la cual se
publicará, y la creencia en la pseudolegitimidad formal que arroja el número de
“cartones” obtenidos por su autor, entre otros vicios.
Iniciaremos con una breve digresión acerca de
la academia que queremos. Es claro que el derecho construye normas a una velocidad menor que la que alcanzan los
cambios sociales, y las facultades de
derecho no se inmutan; se ven estáticas en relación a los mismos debido, en
parte, a que el exceso de formalidad en sus procesos administrativos (no los
procesos en sí) y su comprensible pero excesivo afán por cumplir con los ritos
exigidos por el “coco” de la acreditación, la reacreditación y a la
rerereacreditación, las sume en carreras maratónicas que agotan el aliento para
el esfuerzo final y principal: su proyección social.
Basta con preguntar si la academia, en general,
ha asumido los enormes retos derivados de la incorporación de la Constitución
Política de 1991. A partir de nuestra condición de litigante (que ha permitido ver
abogados, jueces, funcionarios administrativos, atados al imperio de la ley formal y a una
noción de seguridad jurídica del Siglo XIX), de la experiencia docente (que ha
puesto en evidencia la ausencia de un consenso mínimo acerca de la Teoría del
derecho que exige el Estado social de derecho, así como los lentos cambios de
la dogmática del derecho privado y del derecho administrativo a la luz de la
constitucionalización del derecho) y de algunos años como investigador (que han
ayudado a determinar, por ejemplo, que
algunas de las más importantes razones que generaron la crisis en el derecho y
que fuera denunciadas por el Constituyente de 1991, aún perviven), aunados a abundantes
hechos notorios, es posible responder que no.
Más que en procesos formales de la educación,
que alguna función importante deben cumplir, creo en la sustantivización de la
misma, en una docencia y en una investigación activas, propositivas,
beligerantes, abiertas a la pluralidad, atentas a los cambios y necesidades
sociales, coherentes con una autonomía universitaria desarrollada dentro de un
marco constitucional y prestas a suministrar a toda la comunidad elementos que
ayuden a entender con claridad lo poco
que los medios de comunicación alcanzan a informar o a interpretar el silencio
frente a aquello que en no pocas ocasiones pretenden ocultar.
Creo, en pocos términos, en una academia
reaccionaria que responda de manera inmediata a los problemas sociales. En una
academia que funja de verdadero centro de análisis, discusión y proposición. Que sirva de apoyo a una
sociedad cada vez más aturdida por la ausencia de información o por el exceso
de mala información. En una academia que ponga coto a la manipulación de la
misma y a aquellos medios de comunicación que olvidan que, atados al deber de
informar, debe ir el de formar, y que en su lugar consideran que noticiar es alimentar
el morbo con el video de alguno de tantos homicidios ocurridos en el día.
El persistente engaño del que todos somos
víctimas y algunos medios de comunicación cómplices cuando hacen eco, con
claros fines demagógicos, politiqueros o (pseudo) religiosos, de argumentos que
enturbian la razón e impiden la reflexión frente a temas cruciales para la sociedad
colombiana como la unión de parejas del mismo sexo, la adopción como medio de
protección del derecho fundamental de los niños a tener una familia, el aborto,
la objeción de conciencia, la paz, la estrategia jurídica de Colombia frente al
fallo de la Corte Internacional de Justicia en el conflicto con Nicaragua y la
legalización de la droga, entre otros temas, exigen una academia mucho más
comprometida con la realidad social.
Por lo anterior, siempre será necesario
recordar la importancia de una academia pluralista, socialmente responsable, ajena
a fastidiosas discriminaciones entre facultades grandes y pequeñas, consciente
de la importancia de unir esfuerzos para limitar el ejercicio del poder y para
promover la generación de verdaderos cambios sociales a través de una formación
integral humana, jurídica y ciudadana.
Finalmente, me propongo en las próximas
entregas realizar algunas reflexiones marcadas por una inevitable pasión por el
Derecho, sin estar exentas de convicciones, subjetivismos, generalizaciones y,
por supuesto, de errores. Por ello, las palabras que usted leerá no cabrán
dentro de alguno de los rangos de publicación señalados en los formatos de
evaluación de las revistas indexadas y, de ser superado ese filtro, verían luz
pública no antes de seis meses cuando ya poco habría que agregar. Por eso y
mucho más, estimo necesario dar apertura a este espacio. La anterior es una breve
justificación que se resume en una sola frase: la necesidad de ejercer la
libertad de expresión o, mejor enunciado, de pensar libre.
Comentarios
He llegado a conocer incluso personas que afirman que, a no ser que seas un nobel o un magna cum laude, lo único que debes hacer es citar a autores prestigiosos, y limitar a cero los juicios de opinión personales.
Una verdadera catástrofe la necesidad de aplicación de las normas APA Sexta edición, tanto formalismo destruye la creatividad.
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