DOCENCIA, RE-EVOLUCIÓN E INNOVACION. Dilemas y victorias a dos años de la pandemia.

 

En ocasiones se nos ve a los docentes con cierta incomodidad en tanto se piensa de nosotros que somos personas con alguna superioridad moral o intelectual que nos legitima para juzgar o criticar. “¿Quién es usted para decir eso?” Se olvida que nuestra labor es muy compleja en la medida que estamos obligados a pensar distinto, a leer permanentemente, a analizar con el mayor rigor y, en el caso de la enseñanza del derecho, a fortalecer la democracia a través del control a toda expresión de poder y la protección de  los derechos fundamentales. Un docente nunca buscará hacer alarde de su conocimiento, solo compartirlo con miras a una mejor sociedad. Por esa razón, el docente es, quizá, de las pocas personas a las que la expresión “el tiempo me dio la razón” no le sonará tan mal.

Siempre he visto las redes sociales con la óptica del profesor, como una herramienta pedagógica que se debe emplear con el respeto que merece la búsqueda del conocimiento. En una sociedad en la que no se cree en los medios de comunicación, desinformada, en la que se siembra el miedo para aturdir el entendimiento, donde el conocimiento parece privilegio de pocos, profundamente polarizada, creo que el único espacio en el que podrá sentirse tranquila, es en el académico. Hoy, al finalizar dos años de pandemia y de una ardua labor académica, deseo expresar mis sentimientos más profundos: mi tranquilidad por la labor cumplida y la felicidad por las victorias logradas.

Comparto una reflexión inicial: mientras que en Colombia se elimina el uso del tapabocas a partir de mañana, primero de mayo, lo que representa el inicio del fin de uno de los capítulos más complejos de nuestra historia, en China, país donde surgió el virus, se registran fuertes represiones para contener nuevos brotes considerados poco letales. Parece comprobarse lo que desde el inicio se pensó: la pandemia como herramienta de control social y como medio para el ejercicio arbitrario del poder ¿Qué tanto de ello se presentó en Colombia?

Desde marzo de 2020 asumí, con un firme compromiso frente a las responsabilidades que le son propias a un docente de derecho constitucional, una tarea que hoy finalizo con enorme satisfacción: el análisis al ejercicio del poder, sus arbitrariedades y límites.  Fueron muchas las incoherencias encontradas y comunicadas a través de numerosos escritos, webinar, acciones de tutela y la intervención ante la Corte Constitucional en el control al Decreto 546 de detención domiciliaria transitoria. Allí aprendimos, con enorme frustración, que era más importante la protección del patrimonio que la vida, que era más importante el interés general representado en la salubridad pública que la protección de la vida de las personas detenidas, frente a las que la garantía fundamental de la presunción de inocencia, poco les sirvió.

Propusimos la objeción de conciencia “a la colombiana” como principal mecanismo de protesta social. Nace como respuesta a la represión desproporcionada de las libertades individuales, la limitación arbitraria del derecho a la protesta, la ineficacia de la acción de tutela y el tímido compromiso de los jueces en la protección de los derechos fundamentales durante la pandemia. Debe ser la primera y principal herramientas de defensa de la persona frente a la arbitrariedad. Se explica fácilmente: Si el ciudadano tiene razones jurídicas de mayor peso a las razones que soportan la norma que debe obedecer, no está obligado a acatarla hasta tanto el creador de esa norma o su ejecutor demuestren que tienen razones de mayor peso a las aducidas por el objetor. Es la garantía de razonabilidad en la aplicación de algunas medidas. En términos más jurídicos, la Objeción de Conciencia a la Colombiana es la misma excepción de inconstitucionalidad o de principialidad (en un caso concreto toda norma debe ser inaplicada cuando viole una norma constitucional o un principio jurídico) pero en manos de los ciudadanos.

Con la Objeción de Conciencia a la Colombiana logramos que personas de todas las ciudades del país, pudieran defender sus derechos. Casos como el del adulto mayor a quien no le permitieron ingresar al banco para pagar sus créditos o al supermercado para comprar sus víveres, la felicidad de toda la familia al poder asistir unidos a la ceremonia de grados, el ingreso a establecimientos que discriminaban las personas no vacunadas, el trabajador que impidió su despido ante la exigencia del empleador de vacunarse y muchas situaciones más que, en conjunto, generaron una gran esperanza.  Nunca antes había advertido tantas personas preocupadas, inquietas, atentas, instruidas. Fue un importante ejercicio de pedagogía política y constitucional que nos dio razones para proponer lo que se podría llamar un Constitucionalismo Social. ¿Se apunta?

Esas victorias, como muchas, llegaban con un sinsabor, con cierto amargor debido a la impotencia que generaba escuchar, cada vez con más fuerza, la voz de ciudadanos que expresaban que fue peor el remedio que la enfermedad. El virus nos tomó por sorpresa, pero eran previsibles los graves efectos colaterales de las medidas adoptadas.  Ahora tenemos consecuencias que se pudieron evitar. Un amigo, funcionario público del orden central, me indicaba: “pero salvamos vidas”. Si, le respondí, pero se afectó la vida digna y una existencia sin vida digna, puede ser el más grave de los castigos. Le recordé que ninguno de los decretos hizo referencia a la necesidad de proteger la vida digna. Me replicaba: “pero las medidas eran necesarias en una sociedad indisciplinada”. Le respondí con una sencilla pregunta: ¿Cómo diferenciar entre la indisciplina, la inclinación natural hacia la libertad, la necesidad de vivir dignamente procurando por el sustento necesario para la familia o el deber de reaccionar a medidas arbitrarias? Le recordé la denominada Rebelión de las Canas, un ejemplo de las personas mayores de 70 años que manifestaron su inconformidad frente a la arbitrariedad. Sin duda, debieron ser más rebeliones: la de los niños, la de los manteles, la de las sábanas.

A nivel personal, no fue fácil. Mis seres más queridos me soportaron con mayor o menor paciencia. No había día en el que no les expresara mi impotencia frente a la arbitrariedad, frente a los oídos sordos de gobernantes indolentes, frente al temor de ciudadanos de expresar la inconformidad o frente a la indiferencia de mis colegas ante tanta arbitrariedad. ¡Yaaaaaa, dejá de ser intenso! Me decían. Tenían toda la razón. Siempre he sido muy intenso. Ahora, lo era más como resultado de la convicción frente a algunas razones que me acompañaban y la necesidad de evitar un gran remordimiento por no haber hecho algo. Nada más importante que poder dormir con la conciencia tranquila.

Pensar distinto siempre traerá consecuencias: salirse de lo común, dar un paso en la dirección contraria a la que conduce al abismo, siempre incomodará a quienes desean permanecer en una falsa zona de confort pero, que al mismo tiempo, imploran cambios. Las consecuencias se extendieron a todos los ámbitos y el sentimental, no iba a ser la excepción. Permítanme una anécdota: Me dijo ella ante mi decisión de no inocularme como respuesta a tantas incoherencias: “Ya no podemos salir a un restaurante, a un cine, a un concierto”, y le respondí: pero seremos más creativos y disfrutaremos de las cosas simples que nos regala la vida -y que creía que nos gustaba-: un helado en el parque, un atardecer, una luna llena, un café o leer, por fin, aquel texto olvidado en la biblioteca que nos recuerda que lo esencial es invisible a los ojos. Ya imaginaran el final.

Cerramos este capítulo agradeciendo profundamente todo el apoyo recibido, la confianza depositada, las voces de aliento que nos motivaron a continuar. Seguiremos con obstinación y pasión, con el convencimiento firme de que el derecho es y será una valiosa herramienta para la  búsqueda de la sociedad que todos soñamos.

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