UN PEQUEÑO HOMENAJE A QUINO Y A MAFALDA. PRIMERA ENTREGA
Mafalda
como fuente no convencional del Derecho y del Poder. Breves reflexiones acerca del
papel de la caricatura como medio de conocimiento.
Son
múltiples los puntos de encuentro entre el arte y el derecho, tantos que podría
afirmarse que una de las mejoras formas de conocerlo es a través de las diversas
manifestaciones espirituales de la persona: la música, la pintura, la
escultura, la literatura y, para este caso, la caricatura. Todas son
expresiones artísticas que han permitido exteriorizar los sentimientos de la
persona, desde los nobles hasta los espurios, desde la justicia hasta el más
ruin deseo por el poder. El arte sirve de catalizador de las diversas
manifestaciones políticas en una sociedad, de la aceptación del poder hasta la
más fuerte inconformidad política. Tiempos modernos y El Dictador de Chaplin,
el Guernica de Picasso, la obra de Frida Kahlo, la música de Mercedes Sosa,
entre otras expresiones artísticas, tienen de común denominador ser registros
de los horrores (errores) de la humanidad y la lucha por la vida.
Recientemente,
Joaquin Salvador Lavado, Quino, obtuvo el premio Príncipe de Asturias en
reconocimiento a la labor social realizada en compañía de Mafalda (decimos en
compañía porque parece más un personaje con vida propia que una creación de su
autor). La importancia que representan sus aportes para el estudio del derecho
y de los fenómenos relacionados con el poder, no ha sido suficientemente
estimada.
Si
Joaquín Salvador ganó el príncipe de Asturias, Mafalda merecía el Nobel de Paz.
Su incesante y delicada crítica a la burocracia, a la represión política, a la
corrupción del órgano legislativo, a la censura, al sistema capitalista que
reducía el valor de la persona al tamaño del automóvil, a la opresión simulada
de la mujer bajo el rótulo de ama de casa, al racismo, a la estratificación
social, fueron reflexiones que le permitieron tener un puesto en la historia de
la sociedad moderna al lado de Nelson Mandela, Martin Luther King o Mahatma
Gandhi, sólo que estos fueron seres reales que vivieron en carne propia lo que
Mafalda denunciaba. Sin proponérselo, ejerció de pequeña relatora de la vida y
obra de ellos.
Mafalda
se lleva todos los Oscares al momento de explicar las relaciones entre la
caricatura y el derecho. Con menos presupuesto, menos libreto y mayor
representación de la realidad, la caricatura logra poner en jaque el ejercicio
de poder y en mate las conciencias de las personas. Sin olvidar un plus: el
acceso al cine, como a los libros, sigue siendo en sociedades de economías en
vías de desarrollo, un producto ajeno a la canasta familiar, mientras que la
caricatura, uno de los más democráticos medios de información.
Mafalda
es una niña irreverente con una capacidad reflexiva y crítica superiores a las
del ciudadano promedio. Basta leer algunas de sus apariciones para advertir la
presencia de una niña que con absoluta brillantez exclamaba una fuerte y
punzante voz de protesta hacia la economía, la política y la sociedad, escudada
en la aparente inocencia propia de su corta edad, la que le servía de trinchera
para decir aquello que los adultos no eran capaces de expresar por pena o temor.
La emoción que genera su lectura se compara, sin exageración, con la exaltación
del niño al ver una película de superhéroes. Su fino humor era como el cincel
de Miguel Angel. No labró piedras, pero suavizó almas que parecían rocas.
Es
tal su capacidad de síntesis, su poder de persuasión, su idoneidad para
representar fielmente la realidad social, que su pensamiento debería servir de
marco teórico a algunos dogmáticos del derecho que por estar enclaustrados en
sus bibliotecas, en sus pequeñas burbujas intelectuales, no acceden a la
realidad que les circunda. Cuánto bien se haría si los áridos textos de teoría
del derecho y teoría política estuvieran acompañados de algunas de las
presentaciones de Mafalda, que ayudan a demostrar con idoneidad y sencillez la
pertinencia de los conceptos. Algunos teóricos del derecho olvidan, más por
orgullo que por honestidad intelectual, que más capacidad tiene el caricaturista
para describir la realidad en un dibujo que ellos en un denso texto monográfico.
La
Señorita Mafalda (su corta edad aún le permite tan insigne título nobiliario) parecía
haber cambiado en su prescolar la plastilina y la crayola por el estudio de la sociología,
psicología, ciencias políticas, derecho y otras tantas cosas más. Su precocidad
le facilitaba reflejar la necesidad de superar la lucha entre los extremos para
en su lugar proponer un equilibrio epistemológico. Su lucha por las minorías
fue incesante, así como por la libertad de prensa y el mejoramiento de las
condiciones laborales. Su antinacionalismo fue fruto de los estragos arrojados
por palabras como nación o ciudadanía. Su carácter y personalidad
le permitieron ser el alter ego de muchos de sus lectores. Fue la Mercedes
Sosa, el Silvio Rodríguez, el Che de la caricatura pero armada con un lápiz y
con la fuerza de la razón. Haber logrado más cambios que los alcanzados por las
armas la hace única.
A
la par de la lectura de un Max Weber, de un Samuel Huntington, de un Jürgen
Habermas, de un Zygmunt Bauman, de un Primo Levi, debería estar Toda Mafalda.
Ella fue, sin duda, una de las más prestantes testigos de una época de
convulsión mundial: la guerra fría, la lucha contra el comunismo, regímenes
dictatoriales, la invasión cultural inglesa, el libre mercado. Todo ello le
permitió realizar descripciones cínicas de una realidad, las que servían, a la
vez, de juicios premonitorios de lo que iba a ocurrir en las próximas décadas.
La
lectura de Toda Mafalda, es un gran ejemplo de la importancia de la transdisciplinariedad.
Desde el psicoanálisis hasta la ciencia política hacen presencia en sus
preocupaciones, ofreciendo a través de ellas la mejor manera de que el derecho
logre impactar en la sociedad. Ella podía explicar, con una sola de sus
apariciones de cuatro o cinco escenas, lo que muchos autores hacían en páginas
enteras, con la enorme diferencia que ella generaba sonrisas y más dudas que
respuestas (que es la verdadera función de la docencia), mientras que éstos, deseos
de dormir.
La
débil separación de poderes, las dolencias de la democracia, la lucha por la libertad
de prensa, la crisis de la legitimidad racional, los problemas del capitalismo
salvaje (encarnado en Manolito) del materialismo (representado por Susanita),
del egocentrismo (bien asumido por Miguelito), entre otros desvaríos de la personalidad,
la hacen ser un personaje inigualable. Era, sin proponérselo, la defensa de
muchos y la conciencia de tantos. Sin duda la mejor demócrata que, de competir electoralmente
con los gobiernos populistas de este cono sur, sellaría otra realidad política.
El
conocimiento que tuve de Mafalda a corta edad sirvió para despertar una
vocación por el derecho. Con los años comprendí varios parecidos: entre la
sociedad que ella fustiga y la que viví; entre el sistema político y económico
que critica, con el que existe en la actualidad; entre el ser humano que ella
repugna, con algunos que hemos conocido, más sinceramente, con una parte de lo
que soy; entre lo que ella enseñaba y lo que aprendí de mis insignes profesores
de filosofía del derecho y derecho público: Todos eran expertos en temas como
los derechos humanos, la participación política y la necesidad del control al
ejercicio del poder a través de la expresión social o la protesta cuando ella
no era posible. Con ayuda de Mafalda aprendí que solo con el derecho público
era posible alcanzar un poco de igualdad, defender las minorías y procurar por la
defensa de la democracia.
De
haber tenido durante mi adolescencia menos hormonas y más neuronas, habría comprendido
el valor de sus enseñanzas y sentido menos dolor con el bullying al que me hice acreedor con el apodo de “Mafalda” por bajito,
gordito y tener una copiosa cabellera. Habría ostentado el mismo con orgullo y
entendido que con cada grito de Mafalda me estaban reconociendo una
personalidad excepcional.
El
presente trabajo cuenta con afortunadas coincidencias: haber cursado la importante materia Fuentes no
convencionales del Derecho en los cursos del Doctorado intensivo en la
Universidad de Buenos Aires, los cincuenta años de Mafalda, el premio Príncipe
de Asturias de Comunicación y Humanidades otorgado a Quino destacando el jurado
"los lúcidos mensajes de
'Quino', que siguen vigentes por haber combinado con sabiduría la simplicidad
en el trazo del dibujo con la profundidad de su pensamiento" y ha valorado
"el enorme valor educativo" de su obra[1]”
y, la más importante, a nivel personal, advertir que la lectura de ese
personaje desde muy corta edad (12 o 13 años) iba a marcar en gran medida mi
vocación por el estudio del Derecho y mi carácter claramente beligerante.
El
propósito de este texto es determinar las relaciones conceptuales entre el
pensamiento de Mafalda (ella tenía pensamiento propio) con varios temas de
profundo interés para la política y el derecho: las relaciones internacionales,
el derecho a la protesta, los derechos de la mujer, la libertad, la igualdad y
la familia. Para ello se adoptó la siguiente metodología: se realizó la lectura
(nuevamente) del texto Toda Mafalda; posteriormente, se identificaron algunos
de los temas de mayor relevancia para el derecho y la política; luego, de una
relectura, se adoptaron criterios de clasificación que permitieran una mínima sistematización.
Con el ejercicio se pretende poner en evidencia una importante fuente no convencional
del derecho que ayudará, de manera sencilla, a explicar lo que la teoría jurídica
trata de hacer con un mayor esfuerzo y erudición y, en ocasiones, con menor
éxito.
Leer
a Mafalda requiere de cierta predisposición. Es reír con el payaso del circo a
pesar de su dolor interno. Del goce generado por las múltiples formas de
justificar su odio por la sopa, se pasa rápidamente a la vergüenza ajena (y en
ocasiones la propia) al desvelar con agudeza y profundo existencialismo, los
más deshonrosos sentimientos humanos como el racismo, el egocentrismo, el
elitismo, la codicia, entre otros. En la inseguridad, incertidumbre y desidia de
Felipe, la prepotencia, egocentrismo y el egoísmo de Miguelito, el elitismo y
el racismo de Susanita, la codicia de Manolito, la perspicacia de Guille y el
espíritu revolucionario de Libertad, se encuentran representados muchos de los
problemas de la humanidad que deben ser tenidos en cuenta al momento de hablar
de Derecho y poder.
Para
finalizar, un pequeño reconocimiento al caricaturista. No es un ser neutral o
desprovisto de valoraciones o prejuicios. Es, sin duda, una persona que cuenta
con una especial sensibilidad social para traducir, con increíble actualidad,
inmediatez y pertinencia, lo que muchos abogados no logran. Además, cuenta con
una eximia honestidad intelectual en la medida que, a diferencia de muchos
teóricos que ocultan su posición política o hacen del derecho una herramienta
al servicio de los intereses del gobernador de turno, deja al desnudo, en una sola
imagen, su posición política, su ideología, hasta sus reservas morales más
íntimas. En síntesis, el diálogo entre caricaturista y lector es más sincero
que el que se puede tener con cualquier teórico del derecho. A todos ellos, y
en especial a Quino, un sincero agradecimiento.
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